HOMBRE DE LA DÉCADA

 

Por Rolando Arturo Leiva

25 de Enero de 1991

 

 

Hace precisamente un año atrás, que, -por el papel que le había cabido en la

edificación de la nueva realidad mundial-, el actual Presidente soviético Michail

Gorvachov fue calificado como “el hombre de la década“. Observar entonces el

presente actual de la Unión Soviética podría servirnos como un camino para apreciar

la justicia o no de tal calificativo.

Lo remarcable de la Unión Soviética es, ante todo, un hecho bien singular: ningún

otro país exhibe un período más corto de democracia vivido alguna vez que éste. Tal

como existe entre nosotros, la URSS experimentó democracia sólo entre febrero y

octubre de 1917, un período además inestable y apenas el paréntesis entre dos

revoluciones. Posteriormente, la futura URSS, -que ostentaba desde antes la

cualidad de ser la autocracia más absoluta del mundo-, siguió bajo la égida también

absoluta del Partido Comunista bolchevique que capitaneaba Lenin y que derivó

finalmente hacia el poder unipersonal ejercido por el jefe del Partido. Con

democratización o no, a la Unión Soviética actual sigue caracterizando empero la

misma concentración de poder de siempre, que monopoliza ahora, ya sean restos

sobrevivientes del antiguo Partido Comunista bolchevique o simplemente una

burocracia sin nombre especial pero, que al fin y al cabo, -como estructura

gobernante-, controla sectores tan vitales como la administración, el ejército, la

economía, y el gobierno en pleno.

Sobre esa verdadera patria de absolutismo, se está abatiendo sin embargo una

crisis total, donde aparecen mezcladas dos cuestiones claras: por un lado,

incapacidad para satisfacer objetivos sociales aún mínimos pero, a la vez,

mantención de la posición dirigente en la sociedad, de esa burocracia que intenta

ordenar desde arriba el proceso de reformas. Perfectamente explica esto la

coincidencia existente entre democratización y crisis, y aún explica el proceso de

reformas mismo. Parecen así, los actuales gobernantes de la URSS insensibles a la

virtual descomposición que sacude al país, aunque, desde luego, no igualmente

insensibles ante la posibilidad de perder su propio papel directriz. Pocos símbolos

hablan más eloncuentemente de tal concentración del poder, como las facultades

especiales otorgadas a Gorvachov, -menos símbolo, en realidad, de democratización

que de su antítesis-, manifestación como siempre de autocracia, comunista o

precomunista.

Significativamente, la Unión Soviética actual ha llevado a mezclar la concentración

del poder con el desgobierno, agregándole perduración indefinida a la crisis. Pero no

es convincente que tal cosa constituya el precio obligado a pagar por la

democratización, sino más bien parece serlo de lo que aquella disfraza: el monopolio

del poder combinado con incapacidad para encontrar soluciones, produciendo, en

vez de democratización, anarquía y desintegración.

Sería esta la explicación de algunos fenómenos surgidos con ocasión del proceso de

Perestroika pero no necesariamente ligados a él, por ejemplo, aquel debilitamiento

general y súbito experimentado por la Unión Soviética que, con su tamaño,

población y recursos, puede llevar a un violento desequilibrio en el mundo cargado

de peligros. Testimonia trágicamente esto, la situación en que se debate la, hasta un

año, -según muchos-, primera potencia militar del mundo, alimentándose hoy día en

base a envíos caritativos de alimentos que despachó Alemania y préstamos

norteamericanos de emergencia. Geopolíticamente, la manera repentina en que los

soviéticos permitieron el hundimiento simultáneo de todos los gobiernos comunistas

de Europa, -sostenidos por ellos como parte de sus intereses en Europa-,

conquistados después del precio altísimo pagado por este país en la Segunda

Guerra Mundial, -proceso desequilibrante también que transforma a ésta en una

zona de problemático futuro como la misma Unión Soviética-, vuelve a hacer pensar

en la coincidencia entre monopolización del poder y democratización traducida en

desinterés por ejercer el gobierno. Tal cosa podría explicar, finalmente, cómo un país

marcha hacia la disgregación nacional y étnica pero simultáneamente, ni siquiera

ésos puedan ser caminos para encontrar soluciones a los acuciantes problemas

inmediatos que vuelven algo intolerable e diario vivir de los soviéticos.

Será el éxito o fracaso para impedir situaciones tan dramáticas como la

desintegración del país en varios pequeños Estados o el éxodo masivo de la

población hacia Occidente, -que llevaría a la convulsión general al centro de

Europa-, los que van a demostrar, finalmente, la aptitud o no de Gorvachov para

responder al calificativo de “hombre de la década“, aplicado justamente hace un año

atrás.-

 

Arturo Leiva O.

Desde Europa

 

(Publicado en El DIARIO - (Finanzas.Economía.Comercio)- de Santiago

de Chile, 19 de Febrero de 1991.)