CAUSA ÁRABE

 

Por Rolando Arturo Leiva

25 de Enero de 1991

 

Con muchas dificultades podrían entenderse las profundas implicaciones que tiene

la actual crisis del Golfo Pérsico, sin referencia a esa cuestión compleja denominada

genéricamente la causa árabe. Bastaría en efecto una mirada superficial al mapa y

una ojeada a la Historia para comprobar de inmediato la importancia de aquel grupo

de países llamados en general el mundo árabe, y la indesmentible realidad política,

geográfica y cultural que constituyen, la cual, sin duda, va a ejercer un rol, tanto en

el presente como en el futuro del mundo. Tampoco resulta difícil darse cuenta que el

mundo árabe encontrará finalmente la fórmula requerida para hacer valer aquella

comunidad lingüística, culturaly religiosa, obteniendo entonces una posición de

influencia, de acuerdo al peso de su población y a la extensión con que los valores

de su cultura son compartidos. Postular, por lo tanto, que la división interna, la

dependencia económica o la inferioridad militar van a ser factores que mantendrán

en forma permanente a los árabes distantes de su identidad cultural, es volverse de

espaldas a toda la evolución vivida por estas naciones, que en el curso de los

últimos 50 años, pasaron de la situación de territorios coloniales a Estados

plenamente formados, que ahora se proponen alcanzar nuevas metas para lograr el

desarrrollo pleno de sus países.

Sin embargo, deben ser consideradas igualmente graves las razones que en la

actualidad llevan a una buena proporción del mundo árabe a sentirse una nación

ofendida, pisoteada, y no respetada en su forma de vida por la intervención que han

realizado potencias extranjeras en la región, empezando por el Estado de Israel,

considerado algo ajeno a las tradiciones culturales de ella y en general contrario a la

comunidad de intereses árabes. Una acusación semejante recae sobre los EEUU

que, con posterioridad a la descolonización, vendría a ocupar en cierto modo el

mismo papel que cumplían las potencias coloniales, que eran Francia e Inglaterra,

especialmente de Irán en los tiempos del Sha, y ahora en Kuwait y Arabia Saudita,

siendo vistas ambas cosas como una tentativa para cambiar a la fuerza el modo de

vida de los árabes y llevarlos a la postración. Tal intervención es responsable

también, según los árabes, de la actual división interna entre los países de la región,

donde aparece un primer grupo radicalmente antioccidental y antinorteamericano,

como Irak, Irán y Libia que, usando además las enseñanzas de la religión

musulmana, ha calificado a los EEUU como verdadero símbolo del mal en el mundo.

Un segundo grupo de países que trata de seguir el modelo de las sociedades

occidentales, como Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Y finalmente, un

tercero representado por Egipto, Argelia, en cierto grado, y menor grado quizás, por

Jordania y Siria. Tales divisiones internas han llevado, como se sabe, a la hostilidad

frecuente a esos países y en varios casos a la guerra misma.

No obstante, en el desarrollo a futuro de la llamada causa árabe, va a aparecer con

seguridad una fórmula capaz de hacer sentir a esos países que sus diferencias son

verdaderamente insustanciales en relación a lo que en realidad comparten. Esto

también puede decirse de la superación de las desigualdades internas que existen al

interior de cada país, cuyo símbolo es a veces una aristocracia, -religiosa, militar o

simplemente señorial-, causa directa de graves problemas sociales que aquejan a la

mayoría de la población.

No puede sin embargo desconocerse el papel que en la conciencia árabe actual

juega la cuestión palestina. Surge empero, como lección de prácticamente 20 años

de conflicto permanente, que la eliminación del Estado de Israel, -además de

impracticable ya por cualquier medio de fuerza-, no es consustancial a la causa

árabe, y en cambio, siempre creará una opinión contraria a ella, mientras, el

propósito inverso, es decir la capacidad de coexistir con Israel, hará a la mayoría del

mundo a ponerse de lado de los árabes, frenando al mismo tiempo cualquier

tendencia agresiva o expansiva que surgiera del propio Israel.

Conjuntamente a ello, también resulta cuestionable que un rechazo radical, preñado

a veces de fanatismo, del llamado modo de vida occidental, -en el cual se incluyen

cuestiones tales como el papel de la mujer en la sociedad moderna, etc.- sea la

única manera de interpretar fielmente el pensamiento religioso del mundo árabe,

siendo más factible pensar por el contrario, que aquel constituye un aspecto exterior

del mismo, que sirve más bien para adquirir una posición autoritaria que para

representar verdaderamente la cultura del Islam.

Paradojalmente, el pueblo árabe, como otros del Tercer Mundo, necesita incorporar

al menos algo de las sociedades industrializadas, -que a veces dice rechazar con

tanta fuerza- para resolver de manera armónica la contradicción tradicionalismo/

modernismo, problema número uno de sus sociedades.

Llegar a encontrar el punto de equilibrio en esos problemas, de divisón interna,

cuestión palestina y modernización, va representar seguramente el camino mediante

el cual la causa árabe obtendrá su significante papel en el mundo, un mundo que,

además, empieza ya a estar caracterizado más por la colaboración que por la

confrontación.-

 

Arturo Leiva O.

Desde Europa

 

(Publicado en El DIARIO - (Finanzas.Economía.Comercio)- de Santiago

de Chile, 26 de Febrero de 1991.)